miércoles, 13 de febrero de 2013

Duda

¿Cuál es el sonido exacto que hacen las ojotas de mi padre sobre las baldosas del pasillo cuando las camina para ir al baño?

lunes, 11 de febrero de 2013

¿Por qué somos tan aburridos?

Una contractura grupal, una parálisis sociable, un cortocircuito cerebral que hace que no entre ni salga nada: es exagerado, pero es la imagen que Lisandro se hace de la fiesta, ahora que se desgrana en minúsculas conversaciones y gente que sale a comprar cigarrillos. Parado en su sitio al lado de la PC, cree captar en el rumor de los murmullos y pies que se arrastran el viejo frufrú de su cadena. Todo empezó cuando era chico, o todo empezó cuando el Nono se cagaba de hambre en Italia, o todo empezó en 1975: la enfermedad, la parálisis, la contractura. El sabe que hay personas que no están afectadas, compatriotas, vecinos incluso. No entiende cómo. ¿Por qué Estela está parado sobre sus zapatos chatos, con esa mirada ausente, y al mismo tiempo su boca parece a punto de romper a cantar una triste canción pero una canción de amor, porque Estela, como todas, solo tiene amor para ofrecer? ¿Quiénes son los que viven, lejos o cerca y afuera, vidas plenas, quiénes son los que nunca vieron la boca abierta del tedio, su paladar sucio? ¿Por qué medios se logra la espontánea efectividad que uno considera natural en tantas películas de Hollywood? ¿Esa gracia al caminar, ese movimiento fluido, esa risa cristalina, ese felino dominio del espacio, ese pelaje canino que acolcha todas las agresiones? ¿Por qué son tantos los llamados y tan pocos los elegidos? ¿Dónde está la ventanilla de quejas del cosmos, a dónde uno puede dirigirse para exigir una explicación por sus defectos y minusvalías, por su miedo pánico a vivir? Una ciudad repleta de expertos en salud mental que mitigan, fumando en largas boquillas, el dolor del rebaño, sin lástima, sin empatía, solo por dinero y poder. Una aldea donde un solo dictador vestido domina docenas de almas desnudas, que muestran sus llagas y  esconden sus cuerpos, él, el único, ordena y manda, y se alimenta del miedo y el odio de sus súbditos, creciendo como un chancro, una herida supurante en la superficie de la tierra que con un solo sacudón, que no acontece, borraría tanta miseria que apenas soportamos ver, pero vemos, en la pantalla del cine rumoroso de nuestros barrios quietos. Una casa, igual a otras casas, limitada en un lote de una manzana, cuyas paredes y baldosas parecen exudar un líquido pegajoso cuyo olor a muerte adormece y asusta, y como núbiles blancanieves suspendidas fuera del mundo intentamos preguntar, a alguien que sepa, padre, doctor, juez o dios, por qué somos tan aburridos.

martes, 5 de febrero de 2013

La fiesta no despega

Salir a bailar desnudos por las calles del barrio pequebú es una posibilidad, mas no una probabilidad. Lisandro tiene que mantener cierta imagen ante sus vecinos y sus amigos e invitados lo comprenden perfectamente. En efecto, siempre tenemos ganas, pero jamás haremos algo realmente loco. Porque sabemos el precio de la locura. La fiesta no despega, la seguidilla de temas de la Bersuit solo llama a la pachanga a un par de parejas, que pronto se irán a alguna fiesta mejor o a garchar como se merecen. Estela ahora está sola en un rincón penumbroso del patio, con su vaso alto de cerveza, y Pablo le está echando una ojeada a los estantes de libros. Le llama la atención la presencia de La formación de la conciencia nacional entre tanta deconstrucción y Frankfurt. Se le ocurre preguntarle al dueño de casa si alguna vez supo qué era el peronismo, pero Lisandro está muy ocupado con una ex aventura de una fiesta de borrachos que no ha envejecido tan mal, a pesar del desgaste de casi diez años en secundarios públicos del conurbano. Sus ojos siguen teniendo brillo, su piel es lozana, sus piernas están firmes, la postura del torso es insinuante. Lisandro, entrevistado en televisión, no sabría discernir con claridad entre lo permitido y lo prohibido en su relación con Estela; entre medias palabras y sobreentendidos, la pareja parece acordar con eso de que ojos que no ven...Pero ahora Estela está presente y Lisandro deberá beber todavía mucho más para atreverse a humillarla y a afrontar las consecuencias. Eva está conversando con un ex filósofo, ahora taxista y soplador de quena, acerca de la idea de Fogwill sobre la inanidad de un título en lo que respecta al éxito económico. El joven vapuleado y estresado habla como si pensara que la filosofía da de comer, a otros, tal vez no acá, pero sí en la cuna de la civilización a la que mal que mal pertenecemos, y se pregunta a sí mismo, bajo la atenta mirada perdonavidas de Eva, qué condiciones sociales y educativas deberían cumplirse para que Platón encontrara su tirano en Formosa, o al menos para que hacer filosofía solventara un modo de vida similar al del dueño de una ferretería. Como se ve, nada más lejos de una fiesta sacada e inolvidable. Habrá que esperar un poco más.

viernes, 1 de febrero de 2013

Al fin

Pasado el chaparrón, intercambian agudezas sobre la mala suerte y el mal tiempo y destapan cervezas y vinos. Kino, un amigo de Lisandro, ex estudiante, actual ayudante de su tío en la inmobiliaria de su propiedad en San Justo, le pasa el brazo por el hombro a Estela y le susurra algo, y Estela ríe, una risa corta y cruel. No tengo idea de qué va a pasar. La guirnalda de luces colgada entre un clavo ganchudo sobre la puerta que da ingreso a lo techado y otra clavo en la pared opuesta al lado del cual cuelga de un brazo de plástico blanco una pequeña maceta con un malvón barrial que a ojos de Pablo es hermoso porque la chica de quien se enamoró a los doce años olía a malvones (nunca la tocó) con sus ocho pequeñas bombitas amarillas deja extensas franjas de sombra a ambos lados del amplio patio, donde se refugian las parejas a beber y besarse. Dos gordos, amigos de la adolescencia de Lisandro, se reparten fifty-fifty los sanguchitos de miga cortados en triángulos. Eva Krieger, despampanante y fuera de lugar con sus botas blancas de media caña, es la única que toma vodka desde tan temprano, sus ojos fulgen, sus sonrisa es una navaja afilada, no aparta la vista de Estela, que ahora charla animadamente con Pablo sobre la actualidad política, de la que apenas sabe lo que ve de vez en cuando en 678. Hay que encontrar un lugar mullido en cualquier polo de la polarización. Eva toma y piensa, sus pensamientos se desenrollan suavemente como un rollo de seda china, preciosa, ante el párpado insomne que nunca se cierra, bebe de a sorbitos comedidos, ella, que supo mandarse una botella de Dom Perignon del pico sin respirar. Pero está en la segunda etapa de la juventud, cuando ya no es de piolas arruinar el físico. Piensa en la ubicación de la generación de Pablo en la Historia, tal como ella la ve: una máquina de apisonar izquierdistas. ¿Futuros asesores del peronismo gerencial o chivos expiatorios? La experiencia militante para algo servirá, no será Facundo Moyano el que porte los laureles de la victoria. Pero sabe que por ahora sus ideas no tienen oídos apropiados. Ella, la profetisa, se dice que sabe esperar, para decir lo fatal un minuto antes de que sea evidente para todos. En la cacofonía general de las voces, sobre los aullidos de las perras en celo, poco puede sacarse en limpio, salvo ese prístino, repetido, tedioso optimismo histórico que tan mal le queda a cualquier argentino. No es que el sufrimiento y la derrota sean necesarios, es que son inevitables, a algunos les toca antes y a otros después. Disfruta con la imagen de vieja chota que le dan estos pensamientos que se desenrollan como seda imperial, disfruta el contraste con su cuerpo deseable, el de ésta su alma podrida tan desde el principio. Estela, mientras tanto, y Pablo encuentran divertidísima su conversación. De hecho Pablo nunca pensó que esta empleada menor y callada tuviera tantas cosas atinadas que decir sobre el monopolio. Habla apenas un poco menos rápido que Jorge Dorio, pero con mucha mejor dicción. Se le ocurre que podrían hacerse varias réplicas del programa en diversos canales abiertas gracias a la ley nueva. Él y Estela podrían estar en uno, Militancia Ya o algo así, algo menos burdo, seguro, pero le gusta el Ya, el tono lucaprodiano de ese adverbio. Sus primos escuchaban Sumo cuando él era demasiado menor y no entendía de qué iba el punk. Después leyó el libro de Greil Marcus y no encontró razón suficiente para que desocupados del siglo XX hubieran querido comportarse como herejes del XVI, pero comprendió que las amplias síntesis históricas y las genealogías de profundas raíces son niñas mimadas del mundo intelectual. Lisandro charla con sus amigos filósofos mientras la música cumbianchera suena y algunas irónicas parejas bailan sin ningún respeto por el paso.