viernes, 1 de febrero de 2013

Al fin

Pasado el chaparrón, intercambian agudezas sobre la mala suerte y el mal tiempo y destapan cervezas y vinos. Kino, un amigo de Lisandro, ex estudiante, actual ayudante de su tío en la inmobiliaria de su propiedad en San Justo, le pasa el brazo por el hombro a Estela y le susurra algo, y Estela ríe, una risa corta y cruel. No tengo idea de qué va a pasar. La guirnalda de luces colgada entre un clavo ganchudo sobre la puerta que da ingreso a lo techado y otra clavo en la pared opuesta al lado del cual cuelga de un brazo de plástico blanco una pequeña maceta con un malvón barrial que a ojos de Pablo es hermoso porque la chica de quien se enamoró a los doce años olía a malvones (nunca la tocó) con sus ocho pequeñas bombitas amarillas deja extensas franjas de sombra a ambos lados del amplio patio, donde se refugian las parejas a beber y besarse. Dos gordos, amigos de la adolescencia de Lisandro, se reparten fifty-fifty los sanguchitos de miga cortados en triángulos. Eva Krieger, despampanante y fuera de lugar con sus botas blancas de media caña, es la única que toma vodka desde tan temprano, sus ojos fulgen, sus sonrisa es una navaja afilada, no aparta la vista de Estela, que ahora charla animadamente con Pablo sobre la actualidad política, de la que apenas sabe lo que ve de vez en cuando en 678. Hay que encontrar un lugar mullido en cualquier polo de la polarización. Eva toma y piensa, sus pensamientos se desenrollan suavemente como un rollo de seda china, preciosa, ante el párpado insomne que nunca se cierra, bebe de a sorbitos comedidos, ella, que supo mandarse una botella de Dom Perignon del pico sin respirar. Pero está en la segunda etapa de la juventud, cuando ya no es de piolas arruinar el físico. Piensa en la ubicación de la generación de Pablo en la Historia, tal como ella la ve: una máquina de apisonar izquierdistas. ¿Futuros asesores del peronismo gerencial o chivos expiatorios? La experiencia militante para algo servirá, no será Facundo Moyano el que porte los laureles de la victoria. Pero sabe que por ahora sus ideas no tienen oídos apropiados. Ella, la profetisa, se dice que sabe esperar, para decir lo fatal un minuto antes de que sea evidente para todos. En la cacofonía general de las voces, sobre los aullidos de las perras en celo, poco puede sacarse en limpio, salvo ese prístino, repetido, tedioso optimismo histórico que tan mal le queda a cualquier argentino. No es que el sufrimiento y la derrota sean necesarios, es que son inevitables, a algunos les toca antes y a otros después. Disfruta con la imagen de vieja chota que le dan estos pensamientos que se desenrollan como seda imperial, disfruta el contraste con su cuerpo deseable, el de ésta su alma podrida tan desde el principio. Estela, mientras tanto, y Pablo encuentran divertidísima su conversación. De hecho Pablo nunca pensó que esta empleada menor y callada tuviera tantas cosas atinadas que decir sobre el monopolio. Habla apenas un poco menos rápido que Jorge Dorio, pero con mucha mejor dicción. Se le ocurre que podrían hacerse varias réplicas del programa en diversos canales abiertas gracias a la ley nueva. Él y Estela podrían estar en uno, Militancia Ya o algo así, algo menos burdo, seguro, pero le gusta el Ya, el tono lucaprodiano de ese adverbio. Sus primos escuchaban Sumo cuando él era demasiado menor y no entendía de qué iba el punk. Después leyó el libro de Greil Marcus y no encontró razón suficiente para que desocupados del siglo XX hubieran querido comportarse como herejes del XVI, pero comprendió que las amplias síntesis históricas y las genealogías de profundas raíces son niñas mimadas del mundo intelectual. Lisandro charla con sus amigos filósofos mientras la música cumbianchera suena y algunas irónicas parejas bailan sin ningún respeto por el paso.

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