domingo, 13 de enero de 2013

Entradas al diccionario de ideas recibidas

Flotando de espaldas en la noche celular, los durmientes tienen su patria más lejos: en el pantano hórrido donde solo viven especies de anfibios cruzadas con las de otros planetas, sapos del tamaño de un niño de tres con tres ojos rojos y furiosos. No lo reconocen, pierden su vista en el azul del cielo. Ciegos, todavía creen ver; son los videntes los que llevan anteojos negros y bastón blanco. En este mundo al revés no reina ninguna originalidad, al contrario: los lugares comunes proliferan como única y dominante fraseología diaria. Los videntes se acostumbran a asentir y los ciegos se acostumbran a guiar: hay accidentes mortales que superan récords cada fin de semana alcohólico. Claudio Uriarte bajaba la escalera, tropezó, se mató: decimos que sí. Leandro Acosta salía del estacionamiento subterráneo y se llevó por delante a un ciego que en rollers superaba todo límite de velocidad: probation. Marisa Pardiña, en cambio, se elevó cuatro metros en el aire cuando la trompa del Scania la impactó: felizmente sobrevive en silla de ruedas. Así todo, a todo nos acostumbramos, y todo es cubierto con la mermelada del lenguaje para que lo traguemos mejor. Los rebeldes todavía son un grupo muy pequeño, pero piensan que a ellos les pertenece el futuro: los demás no creen en ningún futuro, ni en su bondad, ni en su necesidad. Punkies alelados y sonrientes, hacen cola en el Teatro Colón para no ver al ballet estable pero aplaudir, aplaudir hasta que enrojezcan las manos: es catarsis. El diario de mayor circulación al día siguiente titula exultante, describe delirante, mancos que agradecen su minusvalía al Señor, ovejas pastando en la 9 de julio, a más riesgo de muerte, más consenso, mayor repetición de las oraciones que de todo mal protegen: hasta que se levanta la tapa de los sesos y el cerebro, observado primero con curiosidad, no tiene más valor que sesos de vaca. ¡Niños, a comer! Y en el disfrute real del comedor escolar, los reemplazos devoran el conocimiento necesario para que todo siga igual. Alta, la bandera ondea, promete. El Estado es un gaucho ojizarco, hace como que ve más lejos, pero tiene cataratas, pero como también tiene un gran chamuyo, los ciegos y los videntes creen que su renuncia y su poder están garantizados por una instancia superior. Hijos de nadie: rebélense. Hijos de nadie: hagan uso de su vista. Hijos de algo: negocien. Hijos de algo: no obedezcan a sus instintos. Y en el eco de los llamamientos inútiles una tímida verdad tiembla espasmódica por un instante antes de entender que le conviene hacerse la muerta.

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