viernes, 4 de enero de 2013

Houseman

Una cancha vacía, focos callejeros titilantes, viento de tormenta, miedo a viajar en colectivo, aceleración continua, flotando arriba en el espacio nocturno frío: una ampolla en la planta del pie, una renguera plebeya. Sacude afuera el pitín goteante, jugando a que alguien lo mira, sabiendo que la admiración no es para él. Ciudadano sujeto sujetado, votante, elector, informado/medioinformado, 678fóbo, radical inconsecuente, macrista por default, el miembro en la mano, goteando, escucha: el final de todas las transmisiones radiales. El silencio glacial en el centro de la manzana. El frío polar, el suéter cuello de tortuga. Los que van al fiord y los que vuelven. Silencioso, acariciando la cabecita, sopesa las opciones a esta hora de la noche: acostarse, dormir, coger, mirar el techo, imaginar, hacer una película de imágenes sueltas, captadas durante el día igual a cualquier otro, deshilachadas, aburridas, absurdas, insignificantes, eso: la vida en film. Recuperado, alza la cabeza a la luna y está en la cancha vacía, frente a un arco vacío, una pelota con la cámara reventada a sus pies. Wing izquierdo en pañales, ya se sabe su destino de crack. Aspirando: a la gloria, la raya pegada al cuerpo, aceleración continua, velocidad de saeta y de pájaro. En la ancianidad, firma en una dependencia estatal un contrato que no va a cumplir. La remera pegada al cuerpo, hecha carne y sudor del cuerpo, el único cuerpo que todavía se mueve en la cancha que agrandan y achican a su gusto, jugador veterano golpeado no vencido, un corazón que late un latido por delante del tiempo.

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