miércoles, 2 de enero de 2013

Los pasos previos

Cuando la tarde termine, será la noche de fiesta: pocas cosas más seguras. Y no será una fiesta multitudinaria en la que uno descansa de su identidad y suelta amarras, ni tampoco una fiesta íntima que remeda la vida familiar: por el ancho camino del medio se deslizará esta fiesta, con todos sus invitados que se conocen entre sí o no, sus alcoholes, la prohibición implícita de tomar merca, las conversaciones chispeando y apagándose como brasas bajo la llovizna, las risas demasiado altas, y la posibilidad. La posibilidad tendrá una cuna acogedora en la fiesta y ella, Estela, la va a mecer suavemente, canturreando como en una película en que la niñera quiere casarse con el padre y matar a la madre. Estela se siente psicopática y poderosa. Acaba de terminar una chocotorta y está orgullosa. A la mañana comprobó que en el último mes bajó dos kilos. Que haya recordado la balanza ya es un buen indicio. Se sentía desasida y gorda y ahora siente que sus manos se cierran sobre un borde firme. ¿De qué puede hablarle a un militante? Hace una semana que lee por internet tres diarios cada día, pero le parece que no pasa nada interesante, problemas entre políticos y jueces, ¿hay actores menos creíbles y menos eficaces? A veces, mirando a la gente de su edad que trabaja en el ministerio, cree que se está perdiendo algo, pero luego concluye que los otros viven un sueño del que les será doloroso despertar. Lisandro también vive en un sueño en el cual es Sócrates, un Sócrates cool que lanza anillos de humo a las caras de sus contertulios, expresando paratácticamente con frases unimembres la fundamental in-cog-nos-ci-bi-lidad del mundo y el pozo negro que es el hombre. Estela está segura de que Lisandro no es un filósofo, es un hijo de dos alfonsinistas, y su negativa a trascender su origen lo convierte en un caso clínico de segundo orden del que por ahora no hay tiempo para ocuparse. Ni siquiera ahora Eva acude a sus pensamientos. Piensa más bien en Georgie, un amigo de Lisandro muy feo y muy miope, que se maneja como un tigre en celo en Facebook y que promete ir con dos chicas con las que guasamente se jacta de conformar un trío. Trata de evaluar cómo caerá eso en el militante, a quien supone, guiada por el prejuicio y la intuición, demasiado moralista para esas cosas. Cuando la chocotorta esté lo suficientemente fría, va a llamar a un taxi. No se va a arriesgar a que se le caiga en el colectivo sobre el regazo de una gorda que abrirá su boca en una gigantesca O antes de putearla por su descuido y recibir en respuesta un cabezazo en los dientes, que aflojará los dos frontales de arriba mientras ella se sostiene la boca incrédula de la violencia que hoy en día puede desenroscarse en cualquier momento y lugar, se imagina en Nuevediario contando su desventura, y lo peor es que la policía no hizo nada porque ella era joven y linda, ¿quién nos cuida?, yo estoy en contra en principio del chocolate y sus derivados, pegajoso, pesado y excesivamente liberador...Riendo por lo bajo, se tira en la cama y prende el televisor. Pasan Seinfeld, la serie que nos descubrió la inteligencia de lo banal. Sabe que es otra época, pero se hunde por media hora en una distinta: no es pecado la evasión en contextos de crecimiento económico y ocupación semiplena.

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