domingo, 30 de diciembre de 2012

Los crotos

La noche más calurosa del año es una lápida sobre Plaza Congreso. Se arrastran, renguean, abren sus bocas podridas, buscan qué rapiñar, piden más con, sin esperanza: los militantes sociales, armados sobre Hipólito Yrigoyen, sacian el hambre y la sed, pero no los de justicia. Reparten bandejas con albóndigas y ensaladas y jugo de naranja, en cantidades siempre insuficientes, liderados por un hombre que tuvo una vida egoísta y normal hasta que su hijo enfermó y sanó: ahora piensa en los otros, los otros son una obsesión. Los mira desde la caja de la camioneta, desdentados, sucios, locos, viles: la humanidad sufriente. No quieren mirarlos, los amarillitos, porque son, como decía Marx, la negación de la sociedad, el espacio de todo lo que se rechaza y se teme, el infierno irreligioso que espera ni bien tengamos un momento demasiado largo de debilidad. Pero para este hombre no hay ni dialéctica revolucionaria ni redención cristiana: el les llena el estómago una vez por mes, punto. Se siente mejor haciéndolo.
Dos pibes morochos, la remera sobre el hombro, pasan por la explanada del Congreso y se ríen y hacen fuck you con el dedo, imitando a Lanata.

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