martes, 4 de diciembre de 2012

Primer ensayo. Benesdra: el menguado poder de la novela

Una novela única: imposible encontrar, en la serie motivada que la hubiera seguido, un punto de comparación que la empequeñeciera o relativizara. Una novela única: el siglo XIX echando su larga sombra sobre los albores del XXI. Una novela única: nada más en su género merece ser leído de sus contemporáneos.Y sin embargo ningún editor quiso jugarse a publicarla con Benesdra vivo; lejos de haber alcanzado al público del que su interés y accesibilidad la hacía merecedora, se convirtió en una novela de culto para escritores, mucho menos cultos e interesantes que su autor en su mayoría. Podrían intentarse no uno, sino varios breves resúmenes de la trama : uno que hiciera hincapié en la relación con la adventista frígida de la que el narrador, Ricardo Zevi, está enamorado; otro que se concentrara en la trama sindical de una empresa de izquierda, Turba, que recuerda de súbito en los primeros noventas que también ella es capitalista; otro que hiciera foco en los zooms y panorámicas sobre una Buenos Aires caliente y encanallecida; otro que se dedicara a reseñar las ideas de Bruckner, el ficticio teórico derechista alemán que alimenta la vena ensayística de los monólogos de Ricardo...Y todo ese mundo de sexo, duda, soliloquios, prostíbulos de la calle Lavalle, bares de Libertador, Plaza Congreso, edificios de sindicatos, amaneceres desangrados, lecturas febriles, ambición, miedo, deseo y locura, todo eso a lo largo de 600 páginas ocupa la mente del lector como algo más importante que su vida. Esa es la impronta decimonónica de la novela. No hay ella patología -auténtica patología, la que en el narrador y el mundo descripto es radical y secreta- ni ironía, ni autoconciencia; el lenguaje se pone a prueba no frente al espejo, sino al mundo empírico; no hay influencia doctrinaria de ninguna de las vanguardias del siglo XX. Ahora recuerdo que ese realismo, todavía e incluso, fue anotado como un demérito por el gran amigo de Benesdra, Claudio Uriarte; el libro debía ser defendido ante el público de su esencia. ¿Por qué, entonces, todo este mundo traído al mundo no revitalizó la novela realista argentina, sino que quedó como un caso aislado? Porque su realismo a lo grande tiene un efecto tan extraño como las más intensas pesadillas experimentales. La televisión y el cine de las últimas décadas, en efecto, no se inspiran más en el tipo de relato propio de la novela y el teatro realistas. Su discurso es mucho más fragmentario, redundante y espectacular. Confía en el asombro de los efectos especiales y no en los mecanismos del relato para mantener el interés del consumidor. Y se apoya en períodos cortos aunque la película dure cuatro horas: nada en ese discurso acostumbra al desarrrollo matizado y unitario de la trama tal como se encuentra en Benesdra. Su arte, pensado para impactar al lector común, se vuelve una maniera más que es apreciada por los manieristas (todos) como tal. Destino compartido quizá hasta por novelistas más consagrados, como Pynchon: ¿quién puede alcanzar la envergadura de su frescos? Toda novela, que cuando vale la pena tiene una raicilla en el siglo XIX, lucha en malas condiciones por su vigencia ante la narrativa audiovisual que nos circunda. Por lo tanto, la narrativa del siglo XXI pierde un padre y se conforma con un padrastro: un vago deseo editorial y periodístico. La reedición de la obra de Benesdra, luego de tanto mito, tal vez llegue a más lectores; pero gran parte de su contenido ideacional ha quedado caduco, lo que retrasa la comprensión de su profunda verdad artística, lo que a su vez retrasa la emulación necesaria para que la novela sea fértil en términos de historia literaria y formación de escritores. No se ha hecho justicia a Salvador Benesdra.

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