jueves, 6 de diciembre de 2012

La condena a la política

Pablo se quiere matar. El amado militante de Estela, paralizado en un bar en medio de la ciudad colapsada, mira Telenoche y no lo puede creer. No nos la pueden hacer tan bien. Justo ahora que pensábamos que por fin habíamos llegado a algo, no la guerra ganada, pero sí la batalla, la batalla empresarial después de la batalla cultural con el objetivo de esquivar indefinidamente la batalla militar. Llama a su viejo que le dice que Perón ganó con todos los medios en contra y perdió con todos los medios a favor. Corta sin contestarle, deprimido. Ya llamó a varios compañeros y a su responsable, todos hundidos en el pasmo. Un viernes negro en los corazones peronistas. La súbita conciencia de que la cuesta es más larga y empinada de lo que parecía desde abajo. Hace un tiempo charlaba con su primo, politólogo halperiniano y prescindente, que decía más o menos esto: la sintonía fina es ilusa. No se pueden evitar las sucesivas polarizaciones que impiden un manejo racional ,separado de la coyuntura, del Estado. Los liberales jamás permitirán que se consolide pacíficamente una institucionalidad aparte de sus intereses y su ideología. Se está condenado a atravesar conflictos que retrasan lo que de veras necesita el país, superada la etapa de la capacidad ociosa y la desocupación masiva: el Plan de Desarrollo. No hay manera de salir de este impasse. Los liberales jamás cejarán mientras sea constitucional la propiedad privada. Ustedes tampoco pueden cejar porque de perder el control del Estado la venganza sería cruenta, ejemplar, aunque no a la manera dictatorial. Son dos luchadores trabados en una llave, forcejeando para tirar al piso al otro, moviéndose apenas unos milímetros de la posición empatada. Pablo recuerda con nostalgia la contradictoria excitación que lo embargó al imaginarse una eternidad de discursos de Cristina, marchas y furibundos editoriales en la prensa adicta. Ahora se da cuenta de que mucho de lo mismo es poco de lo otro, y la ley de la vida es derivar hacia lo otro. Decide de golpe que mañana no va a ir a trabajar. Se va  a quedar en casa prendido al Twitter y al cable. Necesita cargar la batería. Necesita acostumbrarse a la idea de una lucha en el barro, de heridas que duelen pero no matan, de escasos goles de un lado y del otro. Aunque mientras la lluvia azota los cristales del bar cree que ésa es una estimación optimista.

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