domingo, 16 de diciembre de 2012

La conciencia de clase

Repartidos en forma equidistante alrededor de una mesa redonda de sólida madera, entre los restos de una picada, mudos frente al televisor, los tres militantes repasan en sus cabezas las imágenes del día pasado en la esquina de Cabildo y Juramento, esclareciendo. Cada quince minutos un automovilista que grita "vayan a laburar"; la foto de Cristina escupida; los volantes tirados al aire; las caras desencajadas de odio de viejos y mujeres; los perritos ruidosos; la llovizna que refrescó brevemente las pieles sudadas de las nucas; el atildado cincuentón con pañuelo rojo al cuello que revoleó los papeles de la mesa y cuando el hijo de uno de los militantes se agachó para recogerlos le pisó la mano, recibiendo como justo castigo un uno-dos del padre que lo despatarró en la vereda, lo cual ocasionó un revuelo de siete personas gritando "asesinos, asesinos" y la intervención de personal de la 35, aburrido de las boludeces de los vecinos; la caminata hasta la uba, lerda, silenciosa, bajo mirada hostil, cada uno metido en el minúsculo interior donde una vida germina adquiriendo los rasgos que más tarde parecerán los estigmas de la desgracia; el grupito más grande que se va al club, el de los tres que decide ir a casa de uno a ver Actualización doctrinaria...Y en el mundo de diferencias entre el 70 y ahora, ellos, como herederos de la clase media peronizada de esos años, recién ahora aquilatan la dimensión de la derrota que media entre el pasado y el presente. Están en un barrio duro, lo saben, pero la bajeza pareja de los argumentos, el sentimiento excluyente y prejuicioso que chorrean las palabras de la gente con la que tienen  que hablar cada sábado es un tirón hacia el averno que sólo las marchas y la visión fanatizada de canal 7 pueden contrarrestar. Buenos Aires, centro cultural, con el mayor nivel educativo del país, demuestra un primitivismo político cuaternario. Alguien trae a colación la frase de Rodríguez: en Cobo y Curapaligüe es peor que en Callao y Santa Fe, pero eso sólo demuestra la unitaria visión del mundo de las franjas superiores e inferiores de una misma clase que, insegura de su propio lugar y valor, no quiere que se los dispute nadie. Alrededor de una reacción visceral se reúnen y calcifican frases hechas, imágenes, conceptos: todo un tejido en carne viva para los shocks eléctricos de las campañas mediáticas acerca de cualquier cosa. ¿Hay que ponerlos en el lugar del enemigo o seducirlos? Dos de ellos están a favor de la primera opción, el segundo discute: no hay posibilidad de consolidación del proyecto sin un acuerdo entre clases bajas y medias. Pero cómo, a través de qué medios. ¿La propaganda, la disuasión, la difusión, la educación, el progreso económico, el cambio cultural? Desalentados, intuyen que la formación cívica de esos sectores llevará décadas. Ellos quedan como el pelotón de vanguardia en la zona con el metro cuadrado más caro, ellos, hijos de porteros y quioskeros, con acceso a la UBA o al menos a la Universidad de las Madres, con una formación que la multitud de abogados y administradores de empresas desdeña, con una convicción en la bondad de su línea apenas oscurecida por algunas críticas menores que no pueden expresar hacia afuera, seguros de que su juventud es el mejor momento para vivir y conocer las últimas presidencias, recién casados, con la mujer preñada, con un hijo chico...Dos se levantan, se despiden, se sonríen. Salen a la calle calurosa y mojada, llegan a la esquina y se separan.¿Qué piensa un militante en la resaca de un día de militancia? En el paraíso del acuerdo total, redondo, suave y final.

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