miércoles, 5 de diciembre de 2012

La lectora subrepticia

Mientras Lisandro duerme, Estela lee en su PC el ensayo sobre Benesdra. Ella tomó el libro en sus manos por la enfática recomendación de él, que quería conocer, dijo, "el punto de vista femenino": llegó a la escena del batidor de crema al rojo y tuvo que dejar. Le dijo que el machismo de Benesdra era inocente, pero no por eso menos sucio, como un niño de tres que hace la mímica del acto sexual. Lisandro acudió al valor de la sinceridad; Estela retrucó que un criminal sincero no es menos criminal. La discusión, como todas entre ellos, finalmente encalló en un largo silencio que zanjó la música o la televisión. Ahora ella se comunica de nuevo con el entusiasmo de él y siente venir las lágrimas a sus ojos. ¿Qué los hace identificarse tanto con  esa intensidad dominante y destructiva? ¿Por qué ven en cada mujer una yegua que hay que domar? Por elementales razones estratégicas, una chica no puede informarle a su hombre cuál es exactamente su sentir sobre el modo en que desea ser tratada: espera que él lo descubra para saber que es el indicado. Cuando crece, se da cuenta que no debe esperar el ciento por ciento, debe negociar con la estolidez, la negligencia o la crueldad del varón hasta llegar a un cupo aceptable. Poco a poco, una luz se apaga en los ojos de las mujeres: la luz del romance perfecto. Solo la ven refractada en comedias de Hollywood, de las que son entusiastas consumidoras. Y así se acostumbran a conformarse con sustitutos ficticios, mientras la prosa de la vida sigue desgranándose como una pesada letanía que reza lo que hay que hacer, lo que hay que decir, lo que hay que pagar, lo que hay que sentir o no sentir...Piensa Estela ahora, una tristeza fría y lloviznada se adueña del ánimo de la mujer en esas ocasiones en que ve a una congénere más joven entusiasmada con otro de esos machitos que colaborarán en enseñarle la dureza de la verga. Por supuesto, el feminismo castrador es algo horrendo del que todos y todas tenemos que reírnos mucho, pero algunas de nosotras a veces sopesamos las razones de esa actitud, nos gustaría a veces ser pesadas tanquetas con el pelo corto dispuestas a a arrollar al primer hombrecito que se nos cruce...Volviendo a Benesdra, los elogios por la manera en que plasma "el imaginario del macho porteño" son cínicos y cobardes al mismo tiempo. No se animan a vibrar televisivamente de entusiasmo por la manera en que aborda el tema, pero se estremecen entre líneas de gozo porque por fin "uno de nosotros" ha dicho lo que todos sienten. Pero enojarse con Benesdra es como enojarse con la humedad porteña. Ningún emisor de ese tipo de discurso es ni se siente responsable por sus dichos y hechos. Nociones arcaicas que han ido penetrando los cerebros con cada pequeño acto y palabra de la vida cotidiana desde la niñez crean la verosimilitud de tales fantasías y proposiciones no tan alejadas de la realidad, de manera tal que parece hablar una voz impersonal que no admite ninguna primera persona, "ellos" son, dicen, piensan así, hay que tenerlo en cuenta y amoldarse. Estela ya no tiene la fuerza, pero algo así como el recuerdo de la energía reactiva provocada por miles de pequeñas humillaciones y desaires la impulsan a tener ganas de escribir la novela de Romina, la derechista, religiosa, pasiva-activa, negada a la sexualidad, negada a la dependencia en serio, contraejemplar criatura que Ricardo insiste en ver como arcilla en sus manos por derecho de nacimiento. Tal vez Estela escriba sus propios ensayos sobre literatura femenina en general, tanto contemporánea como pasada, y de esa manera responda al proyecto de Lisandro, que muy satisfecho de sí duerme a pata suelta.

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