martes, 13 de noviembre de 2012

Caminata

Estela apura el paso, le gana a la camioneta por un pelo, el conductor toca la bocina y le grita y ella ríe y bajo el sol espléndido de un domingo de primavera en Palermo pega un saltito y sube a la vereda. Correr riesgos mortales en la calle es una costumbre que tiene desde chica. Era el miedo de su madre, recuerda ahora, algo melancólica mientras muerde un pellejo en su pulgar, lo que la empujaba a tirarse del tobogán más alto y pelearse con los varones y contestarle a la señorita directora. Fue una niña turbulenta y sarcástica, siempre mirando con cierto sonriente salvajismo por debajo de las cejas espesas, en las fiestas familiares parada en el marco de una puerta con las piernas listas para saltar, para saltar por la ventana de un décimo piso, volar, escuchar como provenientes de otro mundo los gritos horrorizados que llegan desde atrás, entregarse finalmente a la succión que no cejó un segundo en toda la vida. Pero ahora sabe que esos pensamientos son malsanos, y sabe que no debe demorarse en ellos, y sabe que en cualquier caso todavía tiene el teléfono de la psicóloga que le recomendó su prima. Además es domingo, la juventud y los extranjeros desbordan las veredas de Plaza Cortázar, está bueno para sentarse en la vereda y tomar un café o mejor una cerveza, pero no con el estómago vacío, salvo por ese pellejo que viene masticando hace dos cuadras. ¿Podría uno devorarse a sí mismo de esa manera poco a poco? Desaparecer de modo tan elegante en la nada...Un tostado de crudo y queso. Chorreando el queso por los bordes. El gusto salado del jamón despertando las ansias de tomar y tomar, hasta hincharse como un globo y subir por el aire...También estos son pensamientos malsanos. Epa, qué lindo rubio, con ese gancho en el labio, qué mirada negra y peligrosa, seguramente un dealer que simula vender remeras diseñadas por él mismo. La plaza se inflama paulatinamente de colores hacia el crepúsculo, las palabras en inglés y portugués caen redondas al piso, nadie le responde a nadie. De repente se siente seria y vacía; no va a llenarse el estómago con porquerías, va a volver a casa a preparar unos fideos a la bolognesa, tiene la pasta, el tomate, la cebolla, el ajo, la carne picada, tiene todo en su casa, comer dos o tres platos y después si cabe vomitar. Dormir en paz.

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