sábado, 17 de noviembre de 2012

Prolegómenos de un plan para la corrupción de una virgen

La mujer se llama Eva Krieger y ahora va en taxi con el sol lamiéndole el lado izquierdo de la cara por la avenida Mosconi retocándose los labios con ayuda del espejo. A todos les gusta la luz del sol. Va hasta Belgrano, a ver a una amiga y a reírse otra vez de Lisandro. Pensándolo bien, es notable cómo pasa de la calentura al cinismo, como si se tratara de abrir y cerrar una canilla. Algún día lo va a comentar con su psicólogo, que más boludo no puede ser, pero por lo menos la entretiene con su negativa a aceptar que es una perversa. Desde adolescente Eva se acostumbró a verse así, sabe que tiene que disimular y que nunca tendrá un contacto real con nadie, pero peor es nacer en Biafra. El novio de la amiga que va a ver le dice en broma Eva Braun. Es un judío economista, progre, que ahora está teniendo una buena época en la prensa, perdón por la redundancia, progre. Pero no hace su agosto como lo hace Melkonián. Eva se la pasa calculando cómo van a caer este y aquel en el próximo período presidencial. Por experiencia, sabe que las banderas serán arriadas y que nadie las recordará mientras no sea conveniente. Confía en la experiencia de un país pendular, donde la autocrítica stalinista es un asco y cualquiera se reinventa a su gusto, con el beneplácito del medio. Sabe que en un país de zurdos multimillonarios y derechosos fieles y seguidores, la falta de un movimiento obrero autónomo y combativo garantiza la continuidad del status quo, con momentos de mayor indulgencia hacia la masa de asalariados. Esa es su manera de disfrutar de ser argentina.
La amiga, cosa rara, no respondió al timbre ni a los mensajes de texto, por lo cual está en un Plaza del Carmen, pasando el tiempo con su notebook. Chequea que todo sigue igual en la prensa y abre la carpeta que últimamente más la atrae, la llamada ELLA. Revisa las fotos de Estela: de perfil en la ventana de un bar, esperando el colectivo en la esquina de la casa de Lisandro, prendiendo un cigarrillo en la puerta de un cine. Todas las fotos fueron sacadas a una distancia media, pero Eva está segura de que Estela sabe que la está fotografiando y la excita la demora del pedido de explicaciones. Por ahora ella es una amiga más de Lisandro y Estela parece conforme con eso. Pero Eva todavía no sabe qué hacer con ella. Cree que la atrajo porque no puede distinguir si emite una confirmación o una negación con respecto a su descubrimiento filosófico de la temprana edad: no hay razón para ser feliz ni buena. Ahora apuesta por la confirmación, cierto sesgo derrotado que adopta el ángulo de la cabeza con el cuello en las últimas fotos así lo indicaría, pero debe intimar más, el problema es cómo. No hay temas en común con Estela, que la mira con cierta indiferencia apenas tolerante. Lo último que se le ocurrió es hacer una fiesta y en algún momento -pero cómo- quedar a solas con ella, lentamente abrirse...Sin embargo sabe que son sólo fantasías. No se le ocurre una medida práctica que las acerque. ¡Y quedarían tan bien juntas! El largo pelo rubio de Eva junto a su corta melena castaño oscura, sus dos cuerpos longilíneos y chatos, como le gustan a él, los ojos negros aindiados de ella perdiéndose en los iris verdosos y burlones de Eva, que nunca parpadea y siempre tiene en la mente una imagen propia sacada de películas americanas de la serie negra donde ella es Bárbara Stanwick, tan erótica como manipuladora, tan deseable como fatal, blindada atrás de un vidrio, la garganta blanca palpitando de risa, joven animal peligroso...El lesbianismo imaginario de sus últimos tiempos es un juguete al que aún no le ha sacado el jugo. El otro día , en Barrancas, tomando sol y estrenando un nuevo par de anteojos, pensó que una escort podría ayudarla a experimentar en ese terreno. Justamente la amiga que iba a ver hace poco  le contó que el judío y ella habían probado con una negra brasilera y que ella se había sentido "estimulada, pero insatisfecha". Es el hombre el que molesta, pensó acodada en el pasto, mirando a las madres jóvenes y a los tríos de amigas desplegar su belleza al aire libre, y se sintió, igual que ahora, poderosa e independiente, sin necesidad de nadie, disfrutando los pasos previos a la formulación de un plan.

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