domingo, 11 de noviembre de 2012

El tiempo es un amigo fiel

Que conserva el pasado y opina que el futuro no será distinto. En realidad, no hay anécdotas, no hay nada que contar. Las cosas se niegan a cuajar en estructuras con principio, medio y fin. El meollo se oculta, aprendemos a esconder gracias a nuestra intuición de que la verdad es escandalosa y bastante desagradable. Así la cubrimos de tierra o paños y nos refocilamos imaginándola, ahí, igual que la última vez, sólo que la imaginación nos la presenta siempre con algún detalle nuevo.Llega un punto en que, percibir, lo que se dice percibir, no percibimos nada: existe nada más que lo proyectado en la pantalla mental. Comulgando en ese acto se encuentran y se separan creyentes, místicos, filósofos y artistas. El asco de las superficies extensas, exánimes, reventadas. Un chico encuentra un pozo en el campo y tira ahí a su hermanito, un bebé. La conciencia de que arriba están las estrellas y nada se puede hacer con eso. Infantes y adultos embobados ante una diadema de luces. Nada cuaja en anécdota: esa es la sabiduría del amigo. Ni trágica, ni épica, ni lírica. Al principio parecía que todos los días eran iguales -despertar, lavarse, tomar el tren, trabajar, comer, dormir- pero pronto se dieron cuenta de que cada día era único, que de hecho morían y renacían cada anochecer y cada mañana. Eso pasó cuando la memoria se volvió demasiado complicada y estuvieron listos para abandonar. Poder nacer dos veces es el lujo de los dioses: ellos nacían a cada rato, los virus, se los sentía vibrar en una gota de saliva burbujeando entre los labios. Se consideraba a sí mismo un mero envase y se concentraba únicamente en llevar y depositar su contenido de la manera más fácil posible. Prefería estar sentado a parado, acostado y no sentado, quieto en vez de moverse, silencioso en vez de parlante, tirarse pedos imperceptibles salvo para su olfato. El amigo fiel adora las existencias cerradas, las casonas frescas, los patios en que la noche se vuelca como en una copa. Le gusta el vino de la madrugada, las conversaciones de palabras ininteligibles o inaudibles, ese estrépito, la humanidad como jadeo, rugido, bostezo, borborigmo. Es alto, flaco y conservador en la vestimenta, pero le gusta pasear por Palermo, ver la floración de tela y las formas abstractas que no cargan ninguna culpa, que nunca han dicho nada. Sabe que la eternidad está enamorada de él, pero ese amor depende de no consumarlo, una vez consumado sería comido y esto, apretado en un átomo de densidad imposible, ya no sería imaginable, no podríamos demorarnos en el insomnio en el prolijo conteo de todo lo que se escapa de nuestros ojos, de todo el día vivido e ignorado o apenas intuido. Este es el insomnio perfecto, un gimnasta que se inclina hacia atrás tocando el suelo con la punta de los dedos, arco que se acaricia con la mirada de un punto a otro y vuelta a empezar, fuerza que empuja y suelta, ya viene Hypnos con su melena de agua, ya nos ahogamos.

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