miércoles, 7 de noviembre de 2012

Fantasías de una señorita informal

¡La dulce aspereza, la áspera dulzura del empleo público! Diferenciar siempre entre "empleo público" y "cargo público". Este último conlleva responsabilidad y rosca, sus detentadores se cuentan en los estratos superiores del Estado y están en carrera. El empleo, en cambio, es para los militantes rasos, los amigos de amigos y parientes y también, por qué no, para gente con profesión u oficio acorde a la función. Estela, cristinista escéptica, ve pasar las tardes desde un mostrador en la entrada de una repartición cualquiera, llamémosla Ministerio de las Buenas Ondas. Con la habilidad de un mono toma identificaciones y entrega credenciales numeradas y viceversa. Hay momentos en que no pasa nada, nadie entra, y entonces, en su cubículo, su mente vuela. Vuela a ras del suelo: piensa en un empleado que labora exactamente en el piso superior. Se llama Pablo. Es rubio. Es un militante ferviente. Estela, ya lo adelantamos, precisa pasión en este momento de su vida. Detrás de los bucles dorados, de la mirada frontal e inocente, ¿está el Gran Reproductor o su versión light, el Amante Irrepetible? Ultimamente se ha vuelto todo muy mecánico, como en anteriores relaciones. En realidad, no sabe qué la lleva a los intelectuales que hacen del desapego irónico su mascarón de proa. Ella es una especialista en descascarar esa máscara y en llegar al foso de víboras de convencionalismo pequeñoburgués que oculta. El caso de Lisandro es un poco diferente: no hay nada que encontrar tras la careta. Pero la novedad, si ya no se ha agotado, sí empieza a hacerlo, empiezan a picar los ojos detrás de desconocidos y alternativas y cuando recién ingresó Pablo la miró y a partir de entonces es tema predilecto de sus pensamientos.
¿Se acuesta con su jefa? Mil veces los ha visto salir juntos, riendo y charlando. Esa cuarentona teñida de rojo fuego -si bien, cabe reconocer, algo más espigada que Estela-, esa mujer doblemente divorciada y ¡sin hijo!, profesional competente según dicen, pero aun así, ¿puede ser una rival? ¿Qué cuenta Estela a su favor? Un par de chistes, unas miradas más prolongadas de lo necesario...Es poco y adolescente, pero igual, ¿en qué va a pensar frente a la puerta doble donde personal de vigilancia, las manos a la espalda, practica vaciar su conciencia en condiciones poco monásticas? El empleo público lleva al Zen. Del fondo del aburrimiento nace la paz, y la paz engendra la nada. En la nada se flota ingrávida, hasta que termina el horario y una se reintegra al microcentro sudoroso y salvaje, rogando por que los subtes anden. ¿El amor es pasión, es sexo o es mutuo acostumbramiento? A los veintiocho años, ¿qué le cabe esperar? Sus primas ya tienen varios hijos, no son herejes del credo barrial y parecen normales y felices, o normalmente felices, lo que es más que su estado habitual, lleno de nostalgia por lo ido y anhelo por lo por venir. ¿Consultar a un psicólogo, a un sexólogo, decirle a Lisandro que es un imbécil, a Pablo que lo quiere? ¿Por qué la nada no quiere abrazarla y tragarla, el amante pitón que viene en lugar del príncipe azul, pero que también cobija y guarda? Leticia, se llama la jefa, qué nombre de vampiresa en decadencia.
Es importante para mí, como escritor principiante, que entiendan que todo es un ejercicio y al mismo tiempo la cruda realidad. Vivo en el mismo plano que mis personajes, no sé nada de ellos que ellos no sepan -miento: de algunos sé más-, y estoy casi seguro de que más de uno sospecha mi existencia. Tengo poder, limitado o autolimitado, como todo poder democrático. Ignoro en este preciso instante hacia dónde se inclinará la vida sentimental de Estela, Pablo, Lisandro y Leticia. Espero con ansiedad el día de mañana, que como todo amanecer traerá sus nuevas. Que duerman sin frazada.

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