jueves, 22 de noviembre de 2012

Pareja paralela (IV)

Estela entra hecha mierda a su casa y va directo a la cama. Acostada sobre la espalda, respira por la boca como un besugo mientras jirones de cosas y palabras atraviesan su campo mental a un ritmo que por suerte va decreciendo, hasta que al fin, con los ojos cerrados, puede considerar que no piensa en nada. De afuera llegan bocinazos, gritos, silbidos: el crepúsculo de Buenos Aires reiterado, similar, hecho una pelota de pelos atragantada. ¿La televisión ofrece algo mejor? Nada: periodistas espamentosos haciendo ruido con la boca, películas románticas que no se cree nadie. ¿Adónde refugiarse entonces? Se pone de costado, se hace un ovillo y aprieta con fuerza los ojos: que el sueño venga y la salve. Pero siente un hormigueo de sangre en todo el cuerpo, el cuerpo le pide acción. Evalúa masturbarse. Si desde ya tiene el orgasmo solitario difícil, no se imagina buscándolo en ese estado. Se pone de pie, prende la luz, se acomoda básicamente frente al espejo y sale como un tiro a la calle. La recibe una vaharada de calor gasolero que resiste con valor antes de ponerse a caminar hacia la esquina del bar. El bar es pequeño y abunda en neón rosa, pero ella simplemente se mete en el baño sin mirar a nadie, se encierra en el closet, se baja los pantalones y la bombacha y empieza a tocarse. Al principio cuesta, pero a los pocos minutos ya arranca, imágenes múltiples y pasajeras de hombres imaginarios y reales la ayudan, el silencio del baño también, empieza a jadear...¡No! Se abre estrepitosamente la puerta para dar paso a dos boludas que, supone, se ponen a a arreglarse el maquillaje frente al espejo y chismorrean de una tal Luli, que se cogió a no se sabe quién, que salía con Clara pero antes había salido con Tina, que es un bombón, que ya lo van a  agarrar, que...Sale aullando del closet y las chicas pegan un salto espantado gritando a su vez y ella estrella el puño en el espejo, donde aparece una rajadura arácnida. Las chicas ululan mientras ella encara hacia la puerta de calle con la mano sangrando ante la abierta boca embobada de la camarera, ya en la calle empieza a correr, golpea con el hombro dos veces contra algo blando que grita, corre diez cuadras hasta el hospital, llega a la guardia, se sienta, jadea. Ahora se siente más calmada, cuando salga de ahí vendada y con la receta de la antitetánica va a comer un pancho y de ahí a dormir, este día de mierda se terminó.

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