jueves, 8 de noviembre de 2012

Los propietarios y los desposeídos

Lisandro piensa en ellos. Él no va a ningún lado, ni a favor ni en contra, pero es simpatizante y mira, sobre todo televisión, y escucha. Están por todas partes. Pero el verbo está mal: no es que estén en el mundo, es que son el mundo: los que tienen algo y quieren protegerlo o acrecentarlo. Parece fácil, desde una sensibilidad media progre, denostarlos y ponerse a favor de un Estado que distribuye para los otros, para el negativo, los desposeídos. Pero hay un costado débil en esa posición: la toman los propietarios sensibles que no se sienten amenazados, no en primer lugar los desposeídos, que siguen reclamándole al mismo Estado que los tiene como su base mejores niveles de ingreso. El hombre es un propietario natural y la pobreza no estimula virtudes morales. Ahora, mientras ve una toma aérea de la 9 de julio, le vienen a la mente dos anécdotas. La primera se remonta al conflicto de la 125. Una militante kirchnerista, en las cercanías de una importante estación de tren, intenta que una morocha fornida tome su volante. La morocha se niega y afirma orgullosa que está con el campo. ¿Por qué? Porque a ella tampoco le gusta que le metan la mano en el bolsillo. Y desprecia la pregunta alelada de la militante: Pero, señora, ¿usted qué tiene en el bolsillo? La pregunta parece de sentido común, pero es irrespetuosa y necia. No se trata de la posesión concreta, sino del tener, del tener como estructurador de una identidad y un lugar en el mundo. El capitalismo ya ganó: se es porque se tiene, y el no tener agudiza los síntomas de esa victoria ideológica del Capital. Cierto poeta oficialista, muy lúcido, lo expresó así: "Si te escandaliza lo que escuchás en Callao y Santa Fe, andá a Cobo y Curapaligüe y después contame". Esta línea de razonamiento, razona Lisandro, escuchando a Sanz, abonaría el proyecto Scioli-Macri-Massa: un peronismo gerencial que encontrara una fórmula macroeconómica que contentara por igual a poseedores y desposeídos. Sabemos que eso tiene patas cortas, el pato de la boda en esos casos es el mismo Estado y cuando ya no puede sostener la fiesta los desposeídos y los medianos propietarios se hunden bastante más para que los grandes propietarios sigan ocupando su lugar. Pero dentro del mundo sensible, para abreviar, de la derecha peronista gerencial, hay otra línea que expresa otro modo del tener, y a esto viene la segunda anécdota. Está en contacto con un vecino de la zona oeste de familia policial, de clase media , propietario de un chalet y un coche no muy viejo, que vive crispadamente su condición fronteriza con el mundo de los pobres. Es más, está obsesionado con eso, no deja de hablar de la pereza, fealdad, suciedad, falta de educación e infrahumanidad de los pobres. Dice, con una sonrisa, como si lo dijera en chiste: son piojos, hay que aplastarlos a todos. ¿Qué es más barato para un gobierno peronista de derecha: pergeñar un plan económico milagroso o simplemente utilizar las nutridas fuerzas de seguridad en la represión de la protesta de los pobres que no acepten morir de hambre? Lo cual, según la regla que reza que el que reprime pierde -De la Rúa, Duhalde- haría que el corazón sensible de muchos poseedores se volcara en contra de semejante extremo. ¿Entonces? ¿Se ha llegado a una impasse sociopolítica, donde nadie tiene el derecho a gobernar con legitimidad? Cristina, piensa Lisandro, una vez enamoró; tiene que volver a enamorar. Después del 2001, el tembladeral argentino requiere de esfuerzos de inventiva política siempre renovados para dejarse conducir. No se puede ceder, pero hay que escuchar y pensar. Por frases como ésa se cree un Churchill.

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