lunes, 19 de noviembre de 2012

Pareja paralela

Lisandro y Estela reciben el día sin haber dormido. Tienen reacciones disímiles frente a esa circunstancia: Lisandro siente como si estuviera levemente borracho, en el grado de euforia justa para ser el centro de atención de la fiesta; Estela, en cambio, suele vivir como una tragedia la falta de sueño, siente los ojos raspados con papel de lija, no puede concentrarse, le zumban los oídos...A las 11, después de haber despachado un suculento desayuno, Lisandro sintoniza el programa de la Vernaci, que lo divierte muchísimo desde hace años. Le gustaría participar en un programa así, donde a la falta de ideas la tapa como un vestido a medida la simple grosería, y donde ser políticamente incorrecto no tiene ninguna carga política. Estela entra a trabajar a las diez, se ha duchado, ha resbalado en la bañera y si no hubiera sido por lo que queda de sus rápidos reflejos se hubiera matado, se ha secado el pelo sintiéndolo más seco que nunca y ahora está en la esquina esperando el colectivo. Pasan dos sin parar y se resigna a llegar tarde. Tiene un jefe de ojos amarillos y acuosos que nunca parece en realidad verla. Confía en que no le haga problemas porque no suele hacérselos a nadie. Después de viajar cuarenta minutos apretada como una sardina, se baja, camina las dos cuadras que la separan del Ministerio, va a firmar en el primer piso en la oficina del jefe y se lo encuentra ceñudo y bufando. ¿Qué te pasó?, descerraja. Estela balbucea algo y el jefe respira profundo, parece meditar. Finalmente le larga: mucha gente cree que el empleo en el Estado es un chiste. Yo nunca me río. Por esta vez pasa, la próxima te meto un apercibimiento. Y su mirada ciega la recorre de la cabeza a los pies, haciéndola estremecer. Humillada, se ubica en su puesto. A las 13 ha terminado el programa de radio, que estuvo graciosísimo, de hecho Lisandro tuvo un ataque de tos en medio de las carcajadas y casi pasa al otro lado. Decide salir a caminar, a pensar y a ver si come algo, aunque en el barrio difícil. El mediodía está nublado y corre una brisa fresca, a la sombra de los árboles se está bien, como en el campo, algunos chicos se apuran para volver a su casas, una vieja con bastón negro avanza amenazante por el medio de la vereda. Lisandro juega a correrse en el último momento. La vieja lo mira con odio de frente. ¡Alza el bastón! Lisandro, sin poder creerlo, se pone fuera del alcance del tercer pie, mientras la vieja lo putea en arameo y él se ríe como Vernaci. Las endorfinas no han dejado lugar en su cerebro para que se sienta como un tarado, así que camina bamboleando los hombros y silba. El tiempo no pasa más en el puesto de Estela y encima los dos de vigilancia no se acercan a conversar. El encontronazo con el jefe la ha afectado más de la cuenta. Piensa qué hizo para merecer esa reconvención inusual. Su cavilación roza la respuesta más fácil: el jefe vino mal cogido y se descargó con ella. Pero por sistema siempre trata de ver cuál es su responsabilidad antes de juzgarse inocente: es una chica ética, siempre piensa en contra de sí misma. ¿Qué hizo mal la semana anterior? Tal vez no lo saludó con el suficiente entusiasmo cuando pasó a su lado acompañando a un jefe de departamento...Y hace dos semanas él se acercó, muy amable, a saludarla y después de unas frases banales demostró verdadero interés en interiorizarse sobre el estado de ella, obteniendo la respuesta usual: una negativa catatónica a contar nada. Esos rasgos de carácter que no puede dominar la mortifican. ¿Será por eso o será por otra cosa? Y por encima de todo, ¿no se está ahogando en un vaso de agua? Lisandro, mientras tanto, ha encontrado una pizzería. Sólo tres albañiles ocupan una mesa de la vereda. Se sienta junto a ellos. Paladea el rato que lo espera. (Continuará.)

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