lunes, 5 de noviembre de 2012

El tema del trasmundo

Afortunadamente, el tropel de diablos con disfraces grecorromanos fue prontamente puesto en vereda por el G.E.O.F. y no hubo que lamentar más que un leve aumento en la estadística diaria de violaciones y unas cuantas casillas quemadas en Retiro, pero son esos negros que no cuidan nada. Con lo cual Genoveva y yo, con este calor, quedamos enfrentados a la meta-obstáculo de un nuevo capítulo, con este calor que no ceja. Así que ella, en bombacha y corpiño, el sudor goteando de su frente, haciendo una corta escala en su nariz prominente y cayendo al final sordamente en el muslo cruzado sobre el otro, roja, recaliente, teclea y teclea como son las reglas de la Casa: no hay ni puede ni debe haber interrupción. La interrupción mata. Genoveva y yo queremos vivir por siempre; personalmente, yo quiero escribir por siempre y estar siempre en el principio. De ese tecleo constante, de mi voz gangosa y oscura, se van desprendiendo estas letras, que nos llevan al: Tema del Trasmundo.
  Es la demostración, dice Estela, novia de Lisandro. Todos los vieron. Eran de verdad, surgieron de golpe, son el pelotón de avanzada, están por llegar los días finales.
  Es como ese cuento de Dick, apoltronado en el sofá con una cerveza Lisandro la refuta. El agua corriente está llena de alucinógenos y todos vemos cosas que no son reales. Creemos en el G.E.O.F.. No hay otro mundo y si lo hay no puede irrumpir en éste o está irrumpiendo desde el principio en aspectos que ni siquiera notamos, por debajo o por encima de nuestra percepción. Cfr. Kant vs. Swedenborg. En serio, mi amor, no te des máquina con esas boludeces.
Pero Estela no puede parar de creer porque quiere creer. Desde que su padres murieron con seis meses de diferencia, cada minuto pesado que pasa en su aburridísimo trabajo en un Ministerio lo pasa pensando en el reencuentro. Sencillamente no concibe que todo lo que fueron sus viejos se haya simplemente disipado. Al principio pensaba en comunicarles recriminaciones y ajustar las cuentas, pero pronto abandonó esa obsesión  y se dejó ganar por otra: su presencia visible, palpable, en cada momento de su vida. Todavía no alucina, pero pronto lo hará. Incluso cuando está con su novio, ese horrible cínico, se concentra en captar la presencia de ellos, tan querida. Estela es carne de neuroléptico. Ya llegaremos a ese momento. Ahora, Lisandro empieza a rascarle el pelo en la nuca, ella empieza a hacer mohínes, la televisión transmite un documental de conejos, Buenos Aires está en paz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario